Emma Arnold, de soltera Bortot, nació en Strasbourg, el 17 de Abril 1898. A la edad de 4 años, perdió a su padre y llegó a conocer una extrema pobreza en la pequeña granja de los Vosgos alsacianos donde creció. Durante la primera guerra mundial, el ejército francés y el alemán se libraron a encarnizados combates cerca del lugar donde ella vivía, transformando los alrededores en campo de batalla. A la edad de dieciséis años, curó heridos y moribundos de los dos bandos.
Educada en una familia católica practicante, Emma proyectaba entrar en un convento. Pero, para satisfacer las necesidades de su familia, trabajo como tejedora de adamascados en una fabrica de textiles. Allí conoció a Adolphe Arnold, y lo desposó a la edad de 25 años. Con su total entrega se ganó completamente el corazón de su marido. Su talento de cocinera y de costurera compensó la modestia de sus ingresos y transformó su humilde alojamiento en un auténtico hogar. Cuando su hija Simone nació en agosto de 1930, Emma la educó con amor y firmeza y le enseño a amar la naturaleza, a cuidar con afecto de su padre que trabajaba duro y a venerar a Dios.
La familia se mudó a un inmueble en Mulhouse y los vecinos sintieron pronto respeto por esta mujer amable, digna y recta. Emma emprendió en 1937 un estudio profundo de la Biblia, se apegó a los Testigos de Jehová y se puso rápidamente a difundir su nueva fe. Muchos de sus conciudadanos apreciaban sus razonamientos serios y lógicos. Simone, y después Adolphe, abrazaron la fe de los Testigos de Jehová a pesar del peligro nazi que amenazaba en las fronteras francesas.
La GESTAPO arrestó primero a los hombres Testigos de Jehová, pensando que esto cortaría de raíz las actividades de la comunidad. Después del arresto de Adolphe, Emma continuó sin embargo a enseñar clandestinamente la Biblia, hasta que los agentes de la GESTAPO sitiaron un día su casa. La interrogaron durante cuatro horas, tratando vanamente de hacerle denunciar a sus correligionarios. Volvieron a registrar su domicilio en varias ocasiones, amenazándola para tratar de intimidarla. En julio de 1943, se apoderaron de Simone bajo conminación del Tribunal de Menores. El mes siguiente, Emma fue arrestada también y enviada a los campos de Schirmeck y de Gaggenau.
En el campo, Emma se negó obstinadamente a cumplir con los trabajos relacionados con la guerra. Por ello fue confinada a una celda disciplinaria. Un día, los guardianes la transfirieron a una celda contigua a la sala de los interrogatorios donde elle podía oir los alaridos de las victimas sometidas a la tortura y veía su sangre manando bajo la puerta. Cuando pudo volver a su barraca, contribuyo a salvar la vida de otras prisioneras hasta el día que, unas semanas antes del fin de la guerra, ella misma cayó en un estado de extrema debilidad. Cuatro detenidas le salvaron la vida a su vez haciéndole llegar alimentos a escondidas, quedándose incluso a su lado durante un bombardeo aéreo. Cuando el ejército alemán se batió en retirada y que el campo donde se encontraba Emma fue liberado por los Aliados, ella partió en busca de Simone. El reencuentro fue emocionante. Emprendieron el viaje hacía Mulhouse dónde esperaban encontrar a Adolphe y reconstruir juntos su vida. Pero pasaron varias semanas sin noticias del prisionero. Entonces cuando la esperanza de volverle a ver estaba casi extinguida, Adolphe volvió por fin, en un estado de salud crítico. Emma lo curó pacientemente y le enseño de nuevo a vivir a pesar de las secuelas de los campos – enfermedades de las que sufrirá hasta su muerte. Después de haber atravesado el fuego de la prueba, la familia Arnold, muy unida ya antes de la guerra, compartió un lazo aún más estrecho de comprensión y amor mutuos.